Mujeres de barro y sangre
Main Article Content
Abstract
En su ensayo “El arte de México, materia y sentido,” Octavio Paz refiere las peripecias de Coatlicue, diosa azteca de la tierra y de la muerte violenta, al toparse con ella la mirada europea. El horror y la fascinación se alternan cuando dicha mirada se encuentra con la pétrea efigie de la deidad prehispánica: los tontos se atemorizan, la entierran, sin lograr con ello anular su poder; los sabios la admiran, la escrutan, sin conseguir desentrañar su misterio…El ojo surrealista que, a decir de André Breton, “existe en estado salvaje,” parece más apto para encarar al ídolo precolombino. Se enfrenta al monstruo sagrado y se estremece ante su esencia “convulsiva”, la de su naturaleza ambigua —femenina y voraz, fértil y bestial—, la de su otredad cultural y geográfica que lo seduce y atemoriza tanto como el cuerpo de la mujer. Dicen que antaño, ritualmente, los hombres copulaban con la tierra, hundían en ella su carne tensa, la irrigaban con su esperma provocando, por analogía, la mágica fertilidad.